Vampera Fatale

Desde niña tuvo conciencia de sus cualidades y solo fue cuestión de tiempo para que las usara con el fin de satisfacer sus deseos. Había cierto gozo en ver como todo hombre a quien se acercara estaba postrado a servirla, con solo oír su voz. O al menos ella siempre lo creyó así. En su mente estaba la certeza de tener el control, pero con el tiempo esto pareció no serle suficiente.

Sabía que su fina silueta y cabellos negros eran provocativos a los ojos masculinos. Su juventud y simpatía también servían a tal fin y por demás, su talento profesional era innegable. Poco a poco escaló posiciones y consiguió satisfacer sus caprichos al tener prestigio, joyas, dinero, cariño y hasta fama; pero aún seguía sintiéndose incompleta. El color violáceo de sus ojos, que cautivó a tantos, escondía aquel deseo inconcluso de hallar ese hombre etéreo que le inspirara compasión. No fue tan sencillo que algún ser le infundiera tal sensación y no le fue posible hallarla en los primeros machos ávidos de complacerla, ya que aquella virtud sólo puede ser inspirada por la naturaleza particular de ciertos hombres.

Un día, en su trabajo, se percató de la sensibilidad del Jefe, quien era muchos años mayor que ella. Él era ante todo un artista y procuraba dotar de belleza sus creaciones. De todo su ser emanaba bondad, alegría y en cierto modo ingenuidad. Fueron aquellas actitudes las que despertaron esa compasión y el deseo resurgió vivazmente. Cada intento de esta semidiosa por atraer la atención del Jefe fue infructuoso porque los pensamientos de este pequeño hombre de sonrisa bonachona y ojos de perrito regañado estaban sólo en la creación artística.

A través de paciencia e incluso brebajes, como dirían después algunos conocidos, ella logró acercarse justamente acudiendo a su arte. Los más cercanos amigos de la nueva pareja, presenciaron como cada día su otrora ingenioso compañero se desvanecía hasta el punto que no asistió de nuevo a ninguna actividad en la que ella no participara. Cual sanguijuela pegada a la piel de su víctima, poco a poco le fue robando la energía y el Jefe anestesiado por sus cantos de sirena fue feliz a cambio de un abrazo, una caricia y una canción de cuna.
Pudo haber sido esta la constante. Es cierto que pudo ser así, pero no lo fue. Al pasar los años, la primaria compasión se había transformado porque estaba guiada por el deseo y este nunca permanece inmutable. De manera lenta, esta fémina empezó a incomodarse con lo que le transmitía ese ser tan indefenso y ahora lo que sentía era fastidio. El pequeño grillo, como solía decirle, sólo le brindaba rutina. Le molestaba la falta de carácter propia su espíritu lleno de bondad y alegría. Luego, aquel fastidio se transfiguró en rabia y de esta forma llegó inevitablemente a la indeferencia. Se acostumbró con los años a ser la confidente, la consejera, quien cuidaba su dinero y quien organizaba su vida. Regalos, aventuras, viajes y demás; eran parte de la puesta en escena.

Cuando ya sus cabellos se opacaron y necesitaba más agregados para verse bella, la otrora Amazona cayó en cuenta de su mortalidad. La ocasión surgió cuando solicitó con prontitud una bella joya que sólo se conseguía en un lugar muy alejado y el Jefe, con la misma devoción inicial, acató de inmediato tal solicitud. Sin embargo, tardó mucho tiempo en regresar y luego cayó enfermo por lo que su diosa tuvo que cuidarlo varias semanas. En ese momento ella comprendió la naturaleza mortal de ese grillito, quien partiría en algún instante y la dejaría sola. Tantos años de esfuerzo y cuidados quedarían reducidos a nada y tendría que encontrar otro hombre quien satisficiera sus deseos. Su cuerpo y mente aun conservaban cierta lozanía pero su compañero ya iba en descenso.

De esta angustia, surgió un nuevo deseo en la mente de esta diosa imaginada, pues tenía claro que requería quién satisficiera sus anhelos y esa persona debía ser tal como su actual consorte. No tardó mucho en comprender qué debía hacer y de inmediato empezó el reclamo a su adorado para que cumpliera ese nuevo capricho. Pero él, ya mucho tiempo antes había caído en cuenta de esas intenciones y no podía soportar que el amor de ella fuera dado a otro. Por eso, por primera vez usó la compasión a su favor y evadió por siempre la más grande propuesta, el darle a ella un hijo suyo.

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