Conversaciones con Dios



Por Camilo Calderón

¿Qué somos nosotros para ti?
¿Por qué no me respondes?
¿Por qué dejas que pase todo esto?


 

Estas preguntas hechas, y rehechas a lo largo de la humanidad son las que mueven en gran parte el argumento de la última cinta del estadounidense Terrence Malick, El Árbol de vida. El escenario, una familia estadounidense de la década los sesenta. La situación, la muerte de uno de sus hijos.
Una trama sencilla a primera vista, pero en esta obra lo importante no es tanto la historia sino el lenguaje cinematográfico. La estupenda banda sonora y un muy destacado manejo de la fotografía hacen de esta película una experiencia encantadora para los sentidos. No por nada este largometraje obtuvo  la Palma de Oro en la pasada edición de Cannes.
Si s es apasionado de Discovery Channel y Nat Geo, lo plasmado por Malick lo dejará sin aliento. Si ha visto la transformación actoral de Brad Pitt en lo últimos años en cintas como Bastardos sin gloria o el curioso caso de Benjamin Buton, entenderá que su rol acá es solo otro escalón para llegar a una nominación a los Oscar. No la tiene fácil Pitt, cuando su pareja  en la historia es interpretada con la verosimilitud que logra transmitir la joven Jessica Chastain.
En cambio  Sean Pean, el actor más  aclamado dentro del elenco,  tiene el papel  menoa  potente del relato, con lo cual su participación queda relegada a un plano inoperante. ¿Una falla de casting o un desaprovechamiento voluntario?
El árbol… no es una película para contarle al amigo después, es para sentir y contemplar y quizás esa sea su mayor debilidad a la hora de ser puesta a prueba ante los espectadores y más aún ante los votantes de la Academia estadounidense este año. Depende, en todo caso, de un  asunto de sensibilidad y de que tan acostumbrado esté el  público a la propuesta estética de Malick en esta cinta.
Y si algo muestra esta película, es que el transcurrir de nuestra existencia en este mundo poco o nada tiene que ver con el concepto de justicia, destino o suerte. ¿El árbol de la vida gozará de alguna de ellas en la próxima entrega de los Oscar?
De todas formas, a él  no parece inquietarlo un premio. Esta cinta deja ver que no fue escrita para la crítica. Tampoco para el público. Es casi una declaración de vida. Una expresión hacia un espectador omnisciente. Malick nos muestra el mundo biológico y luego el personal, para luego llevarnos a cuestionar nuestra relación con lo divino. Se trata pues de una película geográfica, etnográfica, antropológica y en el sentido más literal de la palabra, una cinta bio-gráfica.
No relata los sucesos un ser destacado desde su nacimiento a muerte como Una mente brillante, La vida en rosa o Capote. Tampoco lo hace desde la óptica del desposeído como El  luchador, 127 Horas o El Cisne Negro. Simplemente  ahonda en la vida (bio) de una familia y que mejor que ese ejemplo para mostrar la raza humana. Paralelo a eso se hace un enérgico recuento de la vida del universo-planeta tierra, o al menos desde lo que Malick considera que debe resaltarse.

Incluso en su propia visión de lo que pudo ser la era de los Dinosaurios se percibe un toque diferencial al que se vio profundamente detallado en la saga de Jurasick Park. Acá no importa la acción sino la imagen y por eso la mínima cantidad de diálogos es la escogencia ideal para magnificar insinuaciones más no certezas.
Por eso, ver El árbol de la vida en ciertos momentos dará la impresión de ser demasiado sugerente, dejando al espectador en  libertad de interpretación. Al fin y al cabo, sucede lo mismo con la Fe de la religión. Se cree en algo con certeza, a pesar de solo tener indicios de la presencia de una divinidad en nuestras vidas.

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