(segundo capítulo del relato)
Esta sensación floreció cuando Rodrigo decidió quitarse su camisa y por primera vez Mariela contempló un torso masculino. Esa dureza aparente, la definición de los músculos y la delgada capa de sudor que cubría ese cuerpo le parecieron dotadas de una belleza inusual y aun con ingenuidad buscó la manera de acercarse más aquella visión. Cuando Rodrigo terminó su labor, se acercó donde la joven canela y esta le alcanzó una toalla. Sin pensarlo ella le secó el sudor del cuerpo y más adelante cuando él se quejó de un dolor, casi instintivamente le hizo un masaje.
El joven seminarista se quedó inmóvil desmenuzando este momento pues no lo había planeado así. Se sorprendió de tal actitud de Mariela y sus deseos hacia ella crecieron aun más. Por el contrario, lejos de allí estaban los pensamientos de la joven, que acariciaba ese torso como quien acaricia la suave piel de un conejo.
De ahí en adelante, los ensayos fueron más dinámicos y transcurrían casi que al ritmo de un tango donde los bailarines se provocan, se acercan y se alejan, pero al final llevan juntos el compás. Rodrigo provocaba a Mariela y ella le correspondía con sonrisas ingenuas pues le divertía esa complicidad que iba creciendo.
Sin embargo, los otros seminaristas, quienes participaban en la obra, también empezaron participar de esas sesiones con Mariela pues para ella no había distinción. Lo único importante era ese universo masculino que ella iba descubriendo. Esto desató en Rodrigo ciertos celos tanto que desplazó a otro compañero en el papel de San José para pasar más tiempo con ella.
Las consecuencias no se hicieron esperar, esta exclusividad molestó a Mariela quien veía en ese deseo de posesión la misma actitud de su madre. No podía y mas allá, no le servía esa condición, su pasión era libre y por lo tanto a partir de ese día supo que al hombre no se le puede dar todo pues termina creyéndose su poseedor. En los años siguientes, cuando decenas de hombres se dejaron llevar por este impulso, siempre pudo mantener línea para que la posesión siempre fuera un ideal. Aun a costa de socavar la oportunidad de una relación duradera.
El 8 de diciembre se celebraba en San Antonio la fiesta de la Inmaculada Concepción, por lo que en el seminario se adelantaban todos los preparativos para tal día. Mariela pasaba allá la mayor parte del tiempo y ya sus pechos habían adquirido el tamaño y rigidez natural para una joven de 15 años. Su figura demostraba ya aspecto de una joven mujer. Tan inmiscuida estaba en estas tareas que en su casa pasó desapercibido que a pesar de los años la niña aún no comenzaba a tener la regla y como a ella nadie le sugería el tema, tampoco se le cruzó por la cabeza.
Sin embargo, los cambios si fueron detallados por los seminaristas. Quien más lo notó fue Rodrigo Mayorga, el hijo del gobernador, quien había entrado al claustro no por vocación sino por castigo paterno luego de ciertos problemas. Su padre guardaba la ingenua esperanza de encausar al pequeñuelo, según decía. Ya llevaba un año en este lugar y todo parecía ir bien hasta que su mirada se posó en el creciente ventarrón que parecía ser Mariela. El deseo juvenil por el cuerpo de la niña que visitaba el seminario aumentó tanto con el tiempo que ya desbordaba las proporciones de su pequeño cuerpo, el cual a los 23 años no crecería más.
Con ocasión de los preparativos de la fiesta, el padre Gonzalo sugirió a las damas de la comunidad y por extensión a sus familias, que se integraran a la celebración ya que esta fecha significaba el inicio de las actividades navideñas. Como era tradición, la familia Tascón encabezaría la participación en estos actos. Ya Gloría había comenzado a realizar la convocatoria para conformar el coro navideño infantil, con lo cual ya empezaba a aflorar una vocación como maestra, que desarrollaría años después.
Por su parte, y ante el interés que había demostrado Mariela por las actividades parroquiales, su madre decidió que durante todo diciembre colaborara al padre y a los seminaristas. Por esta razón estuvo durante la primera semana de mes ultimado los detalle del altar y conversando con todos los seminaristas.
Rodrigo vio en esa ocasión la oportunidad para conocer un poco más a aquella aparición color canela que se asomaba por la iglesia en las faldas de una colegiala. Al principio hubo un acercamiento normal. “Pásame esto, ayúdame con aquello, ven yo quiero que me colabores”. Pero más allá de la disposición para hacer las labores, Rodrigo no recibió ninguna atención por parte de Mariela. Quien por su parte, veía este joven como un torpe e inepto. No se explicaba cómo alguien tan mayor tuviera que recibir ayuda siempre de una simple niña.
Para Rodrigo esto causó conmoción pues ya se había habituado a tener a las chicas de la alta sociedad a sus pies. Para un conquistador de muchachas fáciles de impresionar, el hecho de que no se le prestará la mayor atención, fue un golpe a su ego y la llama que encendió el firme propósito de buscar entender la maravillosa extrañeza de aquella jovencita.
Por este empeño, fue que Rodrigo consiguió que el Padre Gonzalo pensara que era buena idea hacer una representación del pesebre en vivo y que quien mejor que Mariela para el papel del Virgen María. Solo fue necesario acudir al fervor religioso de la pequeña y para ella no fue ningún problema seguir visitando a los seminaristas, aun sin sospechar que en ese fin de año su espíritu se encendería.
El joven seminarista se encargó personalmente de los ensayos, así podría estar más cerca de la joven. En esas tardes y con un sincero interés, Rodrigo comenzó a escudriñar los actos Mariela. En sus maneras encontró aun la mente de una pequeña que si bien no era consciente de lo que despertaba en algunos hombres si estaba al tanto que había algo que los atraía hacia ella.
En alguna ocasión, mientras construían los escenarios para representar la obra de Navidad, fue necesaria la ayuda de Rodrigo en las labores de carpintería. Ese día, el ensayo se vio interrumpido y Mariela decidió quedarse a ver como se desarrollaban estas labores manuales, tan extrañas para ella. La fuerza del martillo, el compás de cada golpe, los arranques de fuerza y los gritos de aquella escena le produjeron una gran fascinación.
Sin embargo, los cambios si fueron detallados por los seminaristas. Quien más lo notó fue Rodrigo Mayorga, el hijo del gobernador, quien había entrado al claustro no por vocación sino por castigo paterno luego de ciertos problemas. Su padre guardaba la ingenua esperanza de encausar al pequeñuelo, según decía. Ya llevaba un año en este lugar y todo parecía ir bien hasta que su mirada se posó en el creciente ventarrón que parecía ser Mariela. El deseo juvenil por el cuerpo de la niña que visitaba el seminario aumentó tanto con el tiempo que ya desbordaba las proporciones de su pequeño cuerpo, el cual a los 23 años no crecería más.
Con ocasión de los preparativos de la fiesta, el padre Gonzalo sugirió a las damas de la comunidad y por extensión a sus familias, que se integraran a la celebración ya que esta fecha significaba el inicio de las actividades navideñas. Como era tradición, la familia Tascón encabezaría la participación en estos actos. Ya Gloría había comenzado a realizar la convocatoria para conformar el coro navideño infantil, con lo cual ya empezaba a aflorar una vocación como maestra, que desarrollaría años después.
Por su parte, y ante el interés que había demostrado Mariela por las actividades parroquiales, su madre decidió que durante todo diciembre colaborara al padre y a los seminaristas. Por esta razón estuvo durante la primera semana de mes ultimado los detalle del altar y conversando con todos los seminaristas.
Rodrigo vio en esa ocasión la oportunidad para conocer un poco más a aquella aparición color canela que se asomaba por la iglesia en las faldas de una colegiala. Al principio hubo un acercamiento normal. “Pásame esto, ayúdame con aquello, ven yo quiero que me colabores”. Pero más allá de la disposición para hacer las labores, Rodrigo no recibió ninguna atención por parte de Mariela. Quien por su parte, veía este joven como un torpe e inepto. No se explicaba cómo alguien tan mayor tuviera que recibir ayuda siempre de una simple niña.
Para Rodrigo esto causó conmoción pues ya se había habituado a tener a las chicas de la alta sociedad a sus pies. Para un conquistador de muchachas fáciles de impresionar, el hecho de que no se le prestará la mayor atención, fue un golpe a su ego y la llama que encendió el firme propósito de buscar entender la maravillosa extrañeza de aquella jovencita.
Por este empeño, fue que Rodrigo consiguió que el Padre Gonzalo pensara que era buena idea hacer una representación del pesebre en vivo y que quien mejor que Mariela para el papel del Virgen María. Solo fue necesario acudir al fervor religioso de la pequeña y para ella no fue ningún problema seguir visitando a los seminaristas, aun sin sospechar que en ese fin de año su espíritu se encendería.
El joven seminarista se encargó personalmente de los ensayos, así podría estar más cerca de la joven. En esas tardes y con un sincero interés, Rodrigo comenzó a escudriñar los actos Mariela. En sus maneras encontró aun la mente de una pequeña que si bien no era consciente de lo que despertaba en algunos hombres si estaba al tanto que había algo que los atraía hacia ella.
En alguna ocasión, mientras construían los escenarios para representar la obra de Navidad, fue necesaria la ayuda de Rodrigo en las labores de carpintería. Ese día, el ensayo se vio interrumpido y Mariela decidió quedarse a ver como se desarrollaban estas labores manuales, tan extrañas para ella. La fuerza del martillo, el compás de cada golpe, los arranques de fuerza y los gritos de aquella escena le produjeron una gran fascinación.
Esta sensación floreció cuando Rodrigo decidió quitarse su camisa y por primera vez Mariela contempló un torso masculino. Esa dureza aparente, la definición de los músculos y la delgada capa de sudor que cubría ese cuerpo le parecieron dotadas de una belleza inusual y aun con ingenuidad buscó la manera de acercarse más aquella visión. Cuando Rodrigo terminó su labor, se acercó donde la joven canela y esta le alcanzó una toalla. Sin pensarlo ella le secó el sudor del cuerpo y más adelante cuando él se quejó de un dolor, casi instintivamente le hizo un masaje.
El joven seminarista se quedó inmóvil desmenuzando este momento pues no lo había planeado así. Se sorprendió de tal actitud de Mariela y sus deseos hacia ella crecieron aun más. Por el contrario, lejos de allí estaban los pensamientos de la joven, que acariciaba ese torso como quien acaricia la suave piel de un conejo.
De ahí en adelante, los ensayos fueron más dinámicos y transcurrían casi que al ritmo de un tango donde los bailarines se provocan, se acercan y se alejan, pero al final llevan juntos el compás. Rodrigo provocaba a Mariela y ella le correspondía con sonrisas ingenuas pues le divertía esa complicidad que iba creciendo.
Sin embargo, los otros seminaristas, quienes participaban en la obra, también empezaron participar de esas sesiones con Mariela pues para ella no había distinción. Lo único importante era ese universo masculino que ella iba descubriendo. Esto desató en Rodrigo ciertos celos tanto que desplazó a otro compañero en el papel de San José para pasar más tiempo con ella.
Las consecuencias no se hicieron esperar, esta exclusividad molestó a Mariela quien veía en ese deseo de posesión la misma actitud de su madre. No podía y mas allá, no le servía esa condición, su pasión era libre y por lo tanto a partir de ese día supo que al hombre no se le puede dar todo pues termina creyéndose su poseedor. En los años siguientes, cuando decenas de hombres se dejaron llevar por este impulso, siempre pudo mantener línea para que la posesión siempre fuera un ideal. Aun a costa de socavar la oportunidad de una relación duradera.
*Para ver el primer capitulo: http://saetaveloz.blogspot.com/2008/11/efecto-alborada.html
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